¿Es válido presentarle nuestras quejas delante de Dios? ¿Sabes cómo presentarle una queja a Dios?

Demanda vs Súplica

La respuesta a la primera pregunta es “sí”. La contestación a la segunda pregunta la voy a responder a la luz de la palabra.

1Samuel 1:10, Salmo 55:1-3, Salmo77:1-3, Apocalipsis 6:9-11, Gálatas 1:4, Lucas 18:1-7, Hebreos 4:16

1 Samuel 1:10  ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente.

Ana tenía buenas razones para sentirse desalentada y amargada. No podía tener hijos; compartía su marido con una mujer que la ridiculizaba; su esposo amoroso no podía resolver su problema; e incluso el sumo sacerdote interpretó mal sus motivos. Pero en lugar de vengarse o de perder la esperanza, Ana oró. Llevó su problema a Dios con sinceridad. Oro en amargura de espíritu, en dolor, en suplica y en ruego. “Jehová me duele”…nada más de leer esta porción puedo sentir su congoja.

Algunas veces estamos pasando por unas situaciones que estamos sobrecogidas, agotadas, cansadas que pareciéramos como si estuviésemos reclamándole a Dios por la respuesta a nuestra petición. A mi juicio, la peor palabra y actitud que podemos usar delante de Él es “pero es que yo no me merezco esto” “yo me merezco algo mejor”. Lo que quiere decir que estoy posicionándome delante de Dios como si El, me debiera algo a mí, cuando Dios no nos debe absolutamente nada. Somos nosotros los que le debemos la vida a Él. “Sonríe si puedes”…como decía el siervo Yiye  Ávila.

Ana orá a Dios en amargura de espíritu, en dolor, en súplica y ruego.  Su oración fue contestada.

Salmo 55:1-3 Escucha, oh Dios, mi oración, y no te escondas de mi súplica. Está atento, y respóndeme; Clamo en mi oración, y me conmuevo, a causa de la voz del enemigo, por la opresión del impío; porque sobre mí echaron iniquidad,  y con furor me persiguen.

El salmista es un siervo de Dios que cayó en una gran prueba. Desesperadamente “clama”. Sabías que a Dios le place que sus siervos clamen a Él. El salmista pide que Dios intervenga y sea El quien juzgue. El no escatimo en decirle específicamente como se sentía. Te estoy suplicando. Estoy clamando a ti. Estoy siendo oprimido, necesito que me escuches, es importante que atiendas mi queja porque si no que será de mí.  No fue con arrogancia, ni mucho menos con prepotencia. No le sacó su currículo con todas las cosas que había hecho.

Mucha oposición, opresión, iniquidad, persecución, violencia, rencilla, lucha, maldad, abuso, agravio, fraude y engaño. El salmista es atacado por muchos enemigos, pero lo que más le duele es que uno, que era compañero e íntimo amigo fue influido por la multitud maligna y se alineó con los que se oponen a Dios. De manera que el salmista puede clamar a él con toda confianza. No importa cuán firme esté instalado el mal entre los enemigos, Dios es soberano y todopoderoso. La Biblia nunca enseña que la repetición muestre una falta de fe. Toda la Biblia enseña que debemos ser persistentes en la oración. El salmista sigue clamando y repite su clamor en la confianza que Dios dará respuesta.

El Salmista oro a Dios en suplica, con ruego y oración, no con demandas, no con exigencias. Clamando sin cesar. Voy delante de Dios no con demandas, voy clamando porque necesito que mi padre me cubra, necesito que haga justicia. Él quiere que le digamos como nos sentimos. Hay que exponerle nuestra situación. No podemos ignorar lo que nos está ocurriendo y pretender que no sucede nada. Porque nos vamos a sentir oprimidos. No debe de ser nuestra actitud una de arrogancia: “Yo soy fuerte y esto no me vence”, “no, yo puedo”, “no me duele nada”, “eso es mental”. ¿Qué sucede mientras yo no le expongo mi queja a Dios? Mientras callaba mis huesos me consumían (Sal. 32:3). Nos consumimos. Aún la actitud de nosotros de callar, es una arrogancia. De pre potencia, creyéndonos autosuficientes.

Job, David, Jeremías, Ana, los profetas todos ellos expresaban sus quejas delante de Dios.

Sal 77:1-3  A Dios clamo con fuerte voz para que él me escuche. El día que estoy triste, busco al Señor, y sin cesar levanto mis manos en oración por las noches. Mi alma no encuentra consuelo. Me acuerdo de Dios, y lloro; me pongo a pensar, y me desanimo.

Asaf imploró a Dios que le diera valor durante momentos de mucha aflicción. La causa de su angustia era su duda. Él dice: «Con mi voz clamé a Dios». Pero en 77.13-20, se olvida de sí mismo. Cuando Asaf hizo sus peticiones a Dios, su centro de atención cambió. Antes pensaba en él, ahora adora a Dios y dice: «Tú eres el Dios que hace maravillas». Solo después de echar a un lado las dudas acerca de la santidad y el cuidado de Dios, logró eliminar la angustia. Cuando oramos, Dios nos levanta para que lo miremos a Él y no a nosotros mismos en arrogancia. El clamo a Dios con su voz.

Apocalipsis 6:9-11  Cuando el Cordero rompió el quinto sello, vi al pie del altar, vivos, a los que habían sido degollados por proclamar el mensaje de Dios y ser fieles a su testimonio. Decían con fuerte voz: “Soberano santo y fiel, ¿cuándo juzgarás a los habitantes de la tierra y vengarás nuestra muerte? Entonces, a cada uno de ellos se le dio una vestidura blanca, y se les dijo que descansaran aún por un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus hermanos y compañeros en el servicio de Dios, que, como ellos, también habían de ser muertos.

Aquí las almas de los mártires que habían muerto por predicar el evangelio. A estos mártires se les había dicho que muchos más perderían la vida por su fe en Cristo. Los mártires están ansiosos de que Dios establezca justicia en la tierra, pero se les dijo que deben esperar. Dios promete que no se olvidará a quienes sufren y mueren por su fe. Más bien, serán elegidos por Dios para recibir un honor especial. Dios obra en su debido tiempo, y El promete justicia. Ellos clamaron por justicia aun después de su muerte física.

Gálatas 1:4  Jesucristo se entregó a la muerte por nuestros pecados, para librarnos del presente mundo perverso, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre.

Lucas 18:1-8 Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar siempre y no desanimarse. Les dijo: “Había en un pueblo un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Y en el mismo pueblo vivía también una viuda, que tenía planteado un pleito y que fue al juez a pedirle justicia contra su adversario. Durante mucho tiempo el juez no quiso atenderla, pero finalmente pensó: ‘Yo no temo a Dios ni respeto a los hombres.  Sin embargo, como esta viuda no deja de molestarme, le haré justicia, para que no siga viniendo y acabe con mi paciencia. El Señor añadió: “Pues bien, si esto es lo que dijo aquel mal juez, ¿cómo Dios no va a hacer justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar?

Me parece que esa viuda era puertorriqueña de pura cepa. Insistente porque necesitaba se le hiciese justicia. Creo que ella tenía nombre y apellido.

Insistir en nuestras oraciones hasta obtener respuesta no significa una repetición sin fin. La oración perseverante implica ser constantes en nuestras peticiones delante de Dios, como si viviéramos por El de día en día, con la certeza de que responderá. Cuando vivimos por fe, no debemos rendirnos. Dios puede demorar su respuesta, pero siempre tendrá buenas razones y no debemos confundirlas con negligencia de su parte. Al persistir en la oración, crecemos en carácter, fe y esperanza.

La oración es la forma en que nos acercamos a Dios «confiadamente«. Algunos cristianos lo hacen en forma sumisa con la cabeza inclinada, temerosos de pedirle a Dios que supla sus necesidades. Otros lo hacen con ligereza, con poca reflexión. Tenemos que acudir a Él con reverencia, porque Él es su Rey; pero también con confianza absoluta porque Él es su Amigo y Consejero.

Así que quéjese delante de Dios con la actitud correcta, con reverencia;

El recogerá nuestras peticiones como aroma fragante delante de su trono de gloria. Adelante hazlo!

Cuando estés llena de ansiedad,2

 

 

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